Los Hechos de los Apóstoles: 3º viaje misionero de San Pablo


P. Fernando Martínez, S.J.

Hch 18,23 - 21,17


Pablo pasó el invierno del 52 al 53 en Antioquía. En la primavera del 53 “se puso otra vez en camino, y recorrió las regiones de Galacia y Frigia, confortando en la fe a todos los fieles” (18,23). Llegado a Efeso se detuvo durante dos años predicando a diario la Palabra del Señor. Esta ciudad de Efeso era un gran centro de peregrinaciones y era también un intenso centro financiero a través del cual fluía un floreciente comercio internacional de metales preciosos. Pero Efeso era sobre todo la ciudad venerada de Artemisa, la diosa de la fertilidad. Su templo, una de las siete maravillas del mundo, refulgía como un lugar de multitudinarias peregrinaciones procedentes desde toda el Asia circundante.

Aunque Pablo había comenzado su predicación en la sinagoga judía de la ciudad, pronto vió cómo los creyentes de origen gentil se multiplicaban. Optó por alquilar una escuela y en ella, todos los días, Pablo presentaba la figura de Jesucristo como el genuino salvador, a muchos que se encontraban de negocios o de paso por Efeso. Esta enseñanza duró unos dos años y tuvo un éxito claro “de modo que todos los habitantes de la provincia de Asia, tanto judíos como no judíos, tuvieron ocasión de escuchar el mensaje del Señor” (19,10). Pablo concluye que su presencia en Efeso no era ya necesaria e indispensable y proyecta el continuar viaje hacia Macedonia, Acaya e incluso llegar hasta Roma (19,21)

Fue cuando se acrecentó la manifestación de los orfebres contra él, hecho que precipitó su partida. Entonces se trasladó a Macedonia y Acaya llegando de nuevo hasta su apasionada Corinto, donde pasa el invierno del año 57 al 58. Desde Corinto redacta su extensa carta a los Romanos. Pablo siente una vez más que sus hermanos de raza conspiran contra él, y así tomó la decisión de regresar por tierra y alcanzar Tróade, y ya desde Assos bajar navegando hasta Mileto. Pero la nostalgia se hizo presente y Pablo quiso abrazar a su gente.

Había decidido el apóstol no detenerse en la peligrosa Efeso. Se decidió a convocar en el puerto de Mileto a sus presbíteros para una reunión de despedida postrera. “Hubo llanto abundante por parte de todos y, arrojándose al cuello de Pablo, le besaban afligidos, sobre todo porque les había dicho que ya no volverían a ver su rostro. Luego le acompañaron hasta el barco” (20,37-38)

Llegados al hermoso y abrigado puerto de Cesaréa del Mar, ya en tierras palestinas, subieron hasta Jerusalén. Lucas dice que los judíos cristianos les recibieron con gran efusión. Sin embargo, ellos mismos les advirtieron que algunos desconfiaban de Pablo por haber oído que aconsejaba a los gentiles el prescindir de la circuncisión y descuidar la observancia y las normas de la Ley mosáica y de las tradiciones judías. Para apaciguar a esta gente intolerante, le aconsejaron que realizara públicamente en el templo un ritual de purificación judáica (21,17-26). Estamos en mayo del 58.

Viaje de Pablo cautivo a Roma (Hch 21,27-28,31)

Al observar a Pablo en el templo, un grupo de judíos muy exaltados se lanzaron contra él, acusándolo de haber introducido en el lugar sagrado a un griego no judío. Esto no era verdad, pero esa la excusa para arremeter contra Pablo con ánimo incluso de llegar a matarle. Parece que esto último habría sucedido si no hubieran intervenido los soldados romanos de la torre Antonia.

El tribuno Lisias no sabía qué hacer con el prisionero. Convocó al sanedrín con el fin de aclararse acerca de las acusaciones precisas que se hacían contra Pablo, pero al tener conocimiento más tarde de que algunos se habían juramentado para eliminarle, decidió enviarlo con fuerte escolta a Cesaréa del Mar, sede del procurador romano. Su puerto era estratégico para Roma.

En esta ciudad marítima, el procurador romano, de nombre Félix, tampoco sabe qué hacer con él. Los judíos, encabezados por el sumo sacerdote Ananías, exigen su muerte. Por cierta indecisión y también por afán de lucro, “pues esperaba también que Pablo le diese dinero” (24,26), Félix le retuvo como prisionero por dos años.

El sucesor de Félix, Porcio Festo, comprendiendo que aquella situación no podía prolongarse de forma indefinida, preguntó a su prisionero si consentiría en ser juzgado por él mismo en Jerusalén. Pero san Pablo acordándose de que su Señor Jesús le había animado no sólo a dar su testimonio en Jerusalén sino incluso en la ciudad de Roma (23,11) replicó con entereza: “Es ante el tribunal del César donde debo ser juzgado. En nada injurié a los judíos como tú sabes muy bien. Y si es que soy culpable de algo que merezca la muerte, no rehúso el morir. Pero, si de lo que me acusan es falso, nadie puede entregarme a ellos. Apelo al César”. Festo cambió impresiones con sus consejeros y respondió: “Al emperador has apelado, al emperador irás” (25,10-12)

Aprovechando la ocasión de la visita real de Agripa II y su esposa Berenice, el procurador Festo les presentó a Pablo. Este habló en su defensa con gran elocuencia, de tal forma que Festo llegó a decirle con asombro: “¡Tú estás loco, Pablo! Tus muchas letras te llevan a la demencia” (26,24). Y el rey Agripa II por su parte comentó con cínica ironía: “por poco me convences a que me haga cristiano” (26,28)

Lucas describe de forma minuciosa la travesía por mar hasta llegar a la ciudad de Roma. En una mañana tranquila de septiembre del año 60, un carguero de cabotaje dejaba el puerto de Cesaréa en ruta hacia el Asia Menor. En este barco iba bajo custodia Pablo, y le acompañaban Lucas y Aristarco. Luego de tocar en Sidón, arribaron al puerto de Myra, donde se organizaba la carga del trigo egipcio con destino a Roma. La idea era la de navegar de isla en isla a través del mar Egeo. El barco iba demasiado cargado y a bordo tenían que convivir hacinadas unas 276 personas. La dirección de los vientos otoñales condujo la embarcación hacia la costa sur de Creta. Pablo aconsejó no proseguir la travesía e invernar cerca de la ciudad de Lasea. Pero como soplaba un cálido viento Sur, decidieron hacerse de nuevo a la mar. Sufrieron luego una gran tormenta huracanada y tuvieron que dejar la embarcación a la deriva hasta alcanzar las costas de Malta. Permanencieron en esta isal unos tres meses. Hacia finales del invierno, los prisioneros y sus guardianes se acomodaron en un barco alejandrino con destino cercano a Roma. No hubo dificultad alguna en la travesía. Hizo escala el barco en Siracusa (Sicilia), alcanzó Reggio di Calabria (en la punta de la bota), costeó el Vesubio y llegó hasta Putéoli, el principal puerto de la Roma de entonces. Estaban a poco más de 200 kilómetros. De camino, a unos 40 km de Roma (Tres Tabernas) les salió a su encuentro una delegación de bienvenida. Aquila y Priscila, los viejos compañeros de Corinto y Efeso estaban allí: “Y así llagamos a Roma. Los hermanos, enterados de nuestra llegada, salieron a nuestro encuentro. Al verles, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimos. Una vez entrados en Roma se le permitió a Pablo vivir en su casa con un soldado que le custodiaba” (28,14-16)

De cuanto ocurrió después de la llegada de Pablo a Roma, Lucas sólo recoge las primeras entrevistas con los judíos residentes en la ciudad. Y pone fin abruptamente al libro de los Hechos, comentando de forma lacónica y abreviada que Pablo permaneció dos años bajo vigilancia, en una casa que habían alquilado… “predicando el reino de Dios y enseñando las cosas referentes al Señor Jesucristo con toda libertad y sin impedimento alguno” (28,31).

El evangelio de Jesucristo se ha difundido desde Jerusalén a Roma; se ha extendido entre judíos y no judíos; la Iglesia es una Iglesia abierta, en misión. Es católica. No se cierra sobre sí misma. Pero las última palabras que Lucas escucha de Pablo son éstas, en referencia a los judíos: “Con razón dijo el Espíritu Santo a vuestros antepasados por medio de Isaías: ve a decir a este pueblo. Escucharéis, pero no entenderéis; miraréis, pero no veréis. Porque el corazón de este pueblo está embotado. Son duros de corazón y tienen cerrados los ojos para no ver, ni oír, ni entender, ni convertirse a mí para que yo los cure” (28,25-27)

Concluye el Libro de los Hechos. Bajo la atractiva imagen de un Espíritu abierto y universalista, la Iglesia es acogida por los gentiles. El testimonio de sus mártires la fortalecerá y le infundirá una autoridad moral indiscutida. Su novedad era buena.


ÚLTIMOS AÑOS DE PABLO

Son varias las hipótesis de esos años. A partir del incendio de Roma (julio 64) en tiempos del emperador Nerón, que fue inculpado a os cristianos, éstos pasaron a ser mal vistos y hasta perseguidos por las autoridades romanas. La vida de los cristianos se fue transformando en clandestina. Los datos desaparecen y en su escasez el misterio envuelve cualquier intento de una historia veraz. Aquí seguimos la hipótesis de que Pablo fue liberado de su cautividad vigilada hacia el año 63, volvió a su actividad misionera y pudo sin duda realizar su proyectado viaje anunciado en su carta a los romanos (Rm 15,23-28)

Pablo, en el año 64, a su regreso de España, se detuvo, sin duda, en aquella Roma dominada por Nerón y tan insegura para los cristianos. Probablemente se dirigió a Creta (Tit 1,5) y pasado el invierno en Nicópolis de la región dálmata (Tit 3,12), confía la iglesia de Efeso a Timoteo y regresa a Macedonia. Pero todo se torna confuso e incierto. Pablo sería arrestado y conducido a Roma. Su muerte está próxima (2Timn 4,6-8) se siente solo y abandonado. Los jueces le condenaron a la máxima pena. Para un ciudadano romano, su ejecución se llevaba a cabo mediante la decapitación y a la afueras de Roma. Los datos que poseemos nos llevan a la fecha del año 67 como la más probable. Se han realizado excavaciones bajo la basílica de San Pablo extra-muros y según parece ellas ofrecen una base suficiente para pensar que allí han reposado los restos del apóstol.

TEXTOS PARA LEER Y ORAR

Este libro de los Hechos de los apóstoles puede muy bien ser leído en la presencia de Dios, comenzando desde la primera página hasta llegar al final del libro. Pero al lector se le recomienda que no pierda de vista sus aspectos dominantes que han sido expuestos en estas entregas. Podrá sacar sus consecuencias y aplicaciones más personales, pero en la oración lo importante no es lo que es producto de nuestro pensar, sino lo que nos viene inspirado por el Espíritu. De esta forma la persona orante irá poco a poco, adquiriendo la sabiduría de discernir lo divino en lo humano vivificado.

Un plan de lectura en doce días

  1. Un nuevo Pentecostés (1-2)
  2. Ante el Sanedrín (3-5)
  3. Muerte de Esteban (6-8,3)
  4. Predicación y conversiones (8,4-10)
  5. Apertura de la Iglesia (11-12)
  6. 1º Viaje de Pablo (13-14)
  7. Asamblea de Jerusalén (15,1-35)
  8. 2º viaje de Pablo (15,36-18,22)
  9. 3º viaje de Pablo (18,23-21,16)
  10. Arresto de Pablo (21,17-23,35)
  11. Proceso de Pablo (24-26)
  12. De Cesaréa a Roma (27-28)

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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.

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